sábado, 26 de julio de 2014

VARIABLES


¡Joder!
Qué complicado es todo. Para cualquier cosa hay que tomar un millón de decisiones.
Hasta para pedir una pizza. Primero si lo hago por internet o por teléfono. Luego elegir entre los 80 formatos, lo que implica llamarlos por su nombre a cada uno. Finalmente seleccionar la oferta; si pido dos ingredientes me regalan las bebidas, pero si pido un helado me regalan una equivalente, aunque si pido una extra grande no me regalan ni las bebidas ni el helado, pero me sale a mitad de precio…
¡Dios mío!
Pago más, pero que  me lo hagan sencillo.
Me imagino que de cosas así viven las compañías telefónicas con sus tarifas inescrutables, pero no es sobre lo que quiero reflexionar hoy.

Lo que me ronda en la cabeza en un factor que complica o simplifica la toma de decisiones: el número de variables que implicamos en una elección.
A más variables, más compleja. Sin embargo, hay una relación inversa y es que cuantas menos variables, más impredecibles son los efectos en el futuro cercano.

Imaginemos.
El formato más sencillo es el que solo incluye una variable: “porque lo necesito”. Por ejemplo, voy a girar a la izquierda porque necesito ir por ahí. Obviamente, es muy fácil tomar la decisión, pero las consecuencias son que estoy molestando a los de atrás, que pongo en riesgo a los que vienen de frente, que dificulto la convivencia…
Por otro lado, si queremos contemplar muchas variables conscientemente, parece que jamás llegaremos a tomar una decisión, porque nuestro cerebro se bloquea a un nivel de procesamiento.

Para mí es muy sencillo. Se trata de establecer una jerarquía de variables que servirá para ser operativos cuando haya que decidir algo rápido, tomando pocas variables –las del tope de la jerarquía- e ir ampliando según tengamos más tiempo.
Esto, intuitivamente, ya lo hacemos muchos, pero la intuición pone criterios curiosos por encima de todo:

“Esto, ¿a mí que me aporta?” suele ser el principal. Es egoísta y egocéntrico, como el propio ser humano. Es en lo único que pensamos cuando tenemos que decidir algo y no hay tiempo. Su derivada en momentos críticos es “¿Cómo me salvo yo?” y en algunos se declina en “¿Que saco yo de más que los demás?”. Por eso nos colamos en las colas o pagamos sin IVA, porque “Si todos respetamos las normas, la convivencia será más fácil” está muy por debajo en la jerarquía. Es prácticamente una becaria. 

Es un ejercicio interesante pensar en gente que conocemos y adivinar que hay en el tope de su estructura decisional. Conozco a algunos que, antes de cualquier decisión se preguntan: “¿Me hace parecer mejor de lo que soy?” o “¿Me atribuye el mérito a mi?” o “¿Se hace como yo quiero?” que es lo mismo que “¿Me da la razón a mí y solo a mí?”.

Creo que hay una variable decisional que debería de estar por encima de todas. Es “¿qué efecto causa en los demás?” y es difícil de poner delante de las demás, porque requiere empatía y hoy en día no estamos entrenados para ser empáticos. El ponerte en el lugar de otros, te permite visualizar mejor las situaciones y ser capaz de predecir cómo se desarrollarán las cosas. La gente lo asocia a una especie de talento, un don que tienen algunos, pero tan solo se trata de ver las cosas desde varios puntos de vista, más allá del tuyo. Eso te permite entender mejor la complejidad del mundo y tomar decisiones contemplando muchas más variables, las tuyas  y las de otros

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Por otro lado.
Todo proceso complejo se puede automatizar. Si no, ¿de qué podríamos conducir estando pendientes de tantas cosas o manejar ágilmente un smart phone con todas sus prestaciones?

Una vez que te entrenas a hacer las cosas, estas pasan a ser gestionadas por la parte no consciente del cerebro y dejan de suponer un esfuerzo –ver La teoría del esfuerzo-. Es decir, se puede pensar con muchas variables si hemos educado nuestro instinto entrenándolo a hacerlo utilizando un determinado esquema jerárquico, aunque sea complejo. Si has puesto la de “¿qué efecto causa en los demás?” al principio, mejor.
Así, las decisiones rápidas, y las importantes también, se regirían por criterios simples y consistentes. Del mismo modo, algunas variables se automatizarían y discutirían solo inconscientemente como "¿cuanto esfuerzo me supone?" porque el esfuerzo ya no se discute, o "¿y si no hago nada?" porque el problema de este mundo es que nadie hace nada.

No me preocupa que la gente le parezca raro que piense con intensidad, a mi no me supone más esfuerzo. Me preocupa la poca profundidad con la que se toman decisiones hoy en día, especialmente por la poca consideración de los efectos de las mismas


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